Dicen que en la vida llega un momento en que todo te empieza a pesar: las cosas cambian, todo se hace más lento, comienzan a dolerte partes del cuerpo que ni siquiera sabías que existían. Todo esto, lamentablemente, son señales de que “estás envejeciendo”.
Cuando llegan los temidos “veintitantos” las señales se empiezan a hacer más evidentes. Ya no eres el joven que se la pasaba en fiestas, pero tampoco eres el adulto en el que te debes convertir, pues la madurez no se trata sólo del desarrollo físico, sino también psicológico.