Todos vemos a nuestras abuelas como esos seres perfectos que siempre estarán ahí para defendernos cuando papá nos regaña o para darnos dinero a escondidas de mamá. Pero hay algo en lo que casi nadie se ha puesto a pensar: la casa de la abuela no solo es el lugar donde nos consienten, es también un templo sagrado en donde nadie, absolutamente nadie, puede romper las reglas, ni siquiera tú que eres el consentido.
Bueno, quizás tú sí puedas romperlas un poco, pero los demás no. ¡Que ni lo piensen!