Si hoy es una ocasión de ésas en las que te sientes realmente molesto con la vida o con alguien en especial, es momento de que te detengas unos minutos a leer esto a conciencia:
“Soy tan importante que no puedo permitir que alguien actúe de acuerdo a su naturaleza si esta última no me gusta. Soy alguien tan importante que si esa persona me dijo o hizo algo que no era lo que yo esperaba, lo castigaré con mi enojo.
¡Oh! que vea lo importante de mi enfado, que sepa que es su castigo por haber actuado como lo hizo; después de todo ¡soy alguien muy importante! No valoro mi vida. A tal punto que me da igual gastarla estando enojado. Me estoy negando de minutos de felicidad, de alegría y picardía porque creo que es mejor dedicárselos a mi enojo.
Y me da igual si los minutos se convierten en horas, las horas en días, los días en semanas, las semanas en meses y los meses en años. No siento lástima de pasar años de mi vida sintiéndome enojado, y es muy simple porque no valoro mi vida. No puedo ver mi vida con otra lente.
Soy muy vulnerable, tan vulnerable que necesito cuidar mi territorio y ofender a todo el que quiera traspasarlo. Me pondré un letrero en mi cara que diga: ‘¡Atención, perro bravo y pobre de quien lo ignore!’
Soy tan miserable que no puedo encontrar en mi ser una gota de altruismo para perdonar, ni un gramo de autocrítica para reírme de mí mismo, ni una onza de generosidad para no prestar atención, ni hablar de un gramo de sabiduría para no obsesionarme, ni una pizca de amor para aceptar a los demás. Mira, te lo digo: soy un alguien muy muy muy importante”.