Existen en el mundo distintos monumentos y memoriales arquitectónicos acerca de los horrores que vivió la humanidad en la Segunda Guerra Mundial. Pero pocos son tan conmovedores como el que está en el pueblo de Lídice.
Lídice es un pequeño pueblo de la actual República Checa, y en 1942 fue el escenario de una horrenda masacre ejecutada por los simpatizantes y adeptos de Hitler.
Esta desgarradora historia comienza con el paseo en automóvil de uno de los más altos mandos militares de Alemania, el SS Reinhard Heydrich. Era el principal oficial a cargo de Bohemia y Moravia, y le apodaban El Verdugo, El Carnicero de Praga y La Bestia Rubia. Fue uno de los más involucrados en los horrores del Holocausto.
El 27 de mayo de 1942, Reinhard conducía un Mercedes Benz descapotado de camino al castillo de Praga cuando fue atacado por un par de agentes de la resistencia checa. Entrenados por los servicios de inteligencia británica, Jozef Gabčík y Jan Kubiš arrojaron una granada al coche del oficial alemán.
La granada explotó y asombrosamente Reinhard no murió al instante. Sin embargo, las heridas provocadas por el atentado le provocaron la muerte en el hospital Bulovka en Praga, el 4 de junio de 1942.
Este fallecimiento enfureció a Hitler, quien ordenó al gobernador de Bohemia, Kurt Daluege, a iniciar una investigación para descubrir a los asesinos de Reinhard. Esta orden desató la masacre del 10 de junio en Lídice.
Aquel día, los militares nazis entraron al pueblo y arrestaron a todos los hombres y jóvenes mayores de 16 años. Los llevaron a las afueras del pueblo en donde los ejecutaron cruelmente. Trataban de ahorrar municiones así que los colocaban en fila para que una sola bala atravesara los cráneos. En total, 173 varones tuvieron esa muerte infame.
Las mujeres de Lídice fueron llevadas a campos de concentración; 184 fueron separadas de sus reducidas familias y obligadas a trabajar para los nazis. Los niños tuvieron también un destino espantoso.
Había en total 105 niños y niñas que fueron examinados para que ser “germanizados”, es decir, ver si eran puros y que fueran adoptados por militares del partido nazi. Solo 17 niños pasaron las pruebas.
Los restantes 88 infantes y bebés fueron asesinados con gases y sus cadáveres fueron arrojados a una fosa común. Así fue destruido el pueblo de Lídice.
Después de años de conflicto, masacres, crímenes y más horrores, por fin la guerra terminó y algunos sobrevivientes intentaron volver a sus pueblos de origen: 157 mujeres de Lídice lograron sobrevivir y junto con los 17 niños adoptados volvieron a Lídice para reconstruir su pueblo.
Para recordar las infamias cometidas, se hicieron distintos homenajes al pueblo de Lídice. Diversos artistas hicieron pinturas y hasta poemas sinfónicos en honor a Lídice y también se alzó un monumento con un memorial en el pueblo.
En la década de los sesenta la escultora Marie Uchytilová comenzó una enorme obra que representaba a los 82 niños asesinados. Estas esculturas en tamaño real fueron realizadas por Marie durante 20 años, pero no pudo acabarla porque falleció.
Pero las cosas no se iban a quedar así y diferentes artistas se dieron a la tarea de terminar la tarea de Marie. Hechas en bronce, en el año 2000 se completaron las esculturas de los niños de Lídice.
Las estatuas le provocarán a cualquiera que tenga un mínimo grado de empatía una enorme aflicción. Las esculturas son desgarradoras y la angustia de sus ojos merece la pena ser contemplada y jamás olvidada.