Cuenta la leyenda que existe una creatura orejona que aparece en los patios y jardines con cientos de huevos de colores para ocultarlos y sorprender a los niños en primavera, una vez terminadas las fiestas de Semana Mayor, inaugurando así la Pascua. La presencia del mítico personaje data de antes de la existencia de Cristo, y se insinuaba como un símbolo de fertilidad por el potencial reproductor en los conejos. En algunos pueblos antiguos del Norte de Europa lo relacionaban con Astarté, la diosa fenicia de la procreación, la primavera y la naturaleza, cuyo nombre en países de habla inglesa se traduce como Easter.
Pero en el cristianismo anuncia la celebración del Hijo de Dios resucitado, pues adaptaron los antecedentes paganos de la antigua celebración pascual para referirse al conejo que, según la nueva historia, se encontraba dentro del sepulcro donde colocaron el cuerpo sin vida de Jesús. Cuando el animal presenció el milagro de su resurrección, salió anunciando la buena noticia con huevos pintados de colores porque no tenía otra forma de comunicar a los humanos su alegría.
Todos estos cuentos son muy bonitos, pero ¿qué pasaría si el conejo de Pascua fuera más perverso de lo que nos dice la tradición oral? Antes de responder, tienes que ver estos conejos…