No hay profesión sencilla, cada una requiere esfuerzo y dedicación, y ser el mejor depende de uno mismo aunque a veces los demás no reconozcan lo que haces. Esto es algo que los buenos meseros saben perfectamente, pues ellos conocen la frustración de primera mano cuando, después de atender de manera impecable a los clientes, a la hora de la propina se dan cuenta de que su dedicación no fue valorada.
Eso fue lo que le pasó a un chico que trabaja en un restaurante cuando atendió a unos adolescentes que celebraban su graduación. Con apenas 13 años, y lo que parecía ser su primera salida solos como “adultos”, no tenían idea de cómo se calculaba la propina, así que, en su inocencia, dejaron una miserable cantidad a cambio de un servicio excepcional. ¡Esto frustraría a cualquiera!
Sin embargo, después se dieron cuenta de su terrible error -tal vez sus papás tuvieron algo qué ver con eso- y decidieron regresar y enmendar las cosas.