Aunque todos los días somos testigos de noticias tristes y desconcertantes, aún existen actos bondadosos que nos restauran la fe en la humanidad. Este fue el caso de un médico internista del Hospital General de Huejotzingo, en Puebla, México.
Un día, mientras el doctor estaba de guardia, llegó un campesino anciano muy angustiado y solicitó su ayuda para curar a un enfermo. El especialista miró con curiosidad al hombre y le preguntó en qué le podía ayudar. La respuesta lo dejó sorprendido…
El ancianito estaba desesperado
El doctor no entendía lo que necesitaba el abuelo, ya que parecía haber ido solo al centro médico, por lo que le cuestionó acerca de los síntomas del paciente:
Tiene diarrea, está desguansado y no quiere comer. Apenas toma agua, se queja bajito y está muy tristito.
Nuevamente el médico miró en busca del enfermo, pero no veía nada, así que le preguntó que en dónde estaba la persona que necesitaba ayuda.
No era lo que esperaba
“Aquí mesmo“, fue la respuesta del hombre. Acto seguido, el anciano levantó un costal de harina y lo puso a nivel del abdomen:
¡Ah caray! ¿Es un bebé?, ¿o qué? Si es un bebé tiene que pasar a pediatría.
Un paciente inusual
Para sorpresa del médico, de la bolsa salió un cachorrito blanco…
Pasaron muchas ideas por mi cabeza… Estábamos en Huejotzingo, un medio semirrural o casi urbano, como lo quieran ver. Los perros andan por las calles; a veces comen a veces no; están escuálidos, descuidados; pocos son vacunados; viven en los patios y deambulan por las calles; pernoctan en la casa de quien consideran su dueño o del último que les dio de comer o de plano en la calle, en donde menos se sienta el frío o caiga menos lluvia. Suspiré. Miré a los ojos al anciano y estaba a punto de decirle que este era un hospital de salubridad, que atendíamos a seres humanos, a personas, no a animales, para eso estaban los hospitales y clínicas veterinarias, pero él me dejó desarmado cuando me preguntó cuánto iba a costar la consulta.
No pudo negarse a prestar auxilio
El médico quedó pasmado ante la preocupación y piedad del anciano hacia el perrito, así que no pudo negarse y decidió ayudarlo. También le pidió a Lizzy H. Riveroll, una de sus alumnas, que estuviera presente y al cirujano Dr. José Zamora Martínez. Ambos asistieron gustosos.
No le cobraron la consulta
Primero lo revisaron, pesaron y después le consiguieron los medicamentos necesarios para el tratamiento, además de una suspensión oral, un garrafón de agua y electrolitos orales.
Quedaron realmente emocionados
Le pidieron al anciano que si no veía ningún progreso volviera a llevarlo a la clínica. Luego de que se retirara, los doctores estaban contentos y conmovidos por lo que acababan de vivir, por lo que uno de ellos compartió la historia en las redes sociales:
Muchas veces no tienes ni que salvar una o más vidas para sentirte bien con lo que haces. La vida siempre te lo regresa con esa sensación de satisfacción y paz. Ya no volvimos a ver a Palomo, como lo llamaba el anciano, pero pensando en ese día estoy seguro de que él hizo más por nosotros que nosotros por él, como pasa en este y otros casos similares.